Los neurocientíficos piensan que pueden demostrar que el libre albedrío es una ilusión. Los filósofos les urgen a pensarlo mejor.
En 2007, John-Dylan Haynes (neurocientífico del Bernstein Center for Computational Neuroscience, en Berlín) hizo un experimento que cambió su modo de ver la vida. Haynes puso gente en un escáner cerebral mientras miraban una pantalla que mostraba una sucesión aleatoria de letras. Les dijo que apretaran un botón con su dedo izquierdo o derecho cuando quisieran y que recordaran la letra que la pantalla mostraba en el instante en que tomaban la decisión. El experimento utilizó resonancia magnética funcional para revelar en tiempo real la actividad cerebral mientras los voluntarios elegían utilizar su mano derecha o izquierda. Los resultados fueron bastante sorprendentes. “Lo primero que pensamos fue ‘tenemos que comprobar si esto es real'”, dijo Haynes.
Ya se sabía que la decisión consciente de apretar el botón tenía lugar alrededor de un segundo antes de que el hecho ocurriera, pero el estudio ahora descubría que un patrón de actividad cerebral parecía predecir esa decisión al menos 7 segundos antes. Al parecer, mucho antes de que siquiera los propios sujetos estuvieran al tanto de hacer una elección, sus cerebros ya la habían tomado.
Como humanos, nos gusta pensar que nuestras decisiones están bajo nuestro control consciente -que tenemos libre albedrío. Los filósofos han debatido ese concepto durante siglos, y ahora Haynes y otros neurocientíficos experimentales están proporcionando un nuevo reto. Argumentan que la consciencia de una decisión puede ser una mera consecuencia bioquímica que no tiene influencia alguna en las acciones de la persona. Siguiendo esta lógica, dicen, el libre albedrío es mera ilusión. “Sentimos que elegimos, pero no lo hacemos”, dice Patrick Haggard, neurocientífico del University College London.
Puedes pensar que has decidido entre tomar té o café esta mañana, por ejemplo, pero la decisión puede haber sido tomada mucho antes de que te dieras cuenta. Para Haynes, esto es inquietante. “Siendo honesto, encuentro muy difícil enfrentarme a ello”, dice. “¿Cómo puedo llamar ‘mía’ una decisión que ni siquiera sé cuando ocurre y qué ha decidido hacer?“
Experimentos mentales sobre el libre albedrío
Los filósofos no están tan convencidos de que los escáneres cerebrales puedan demoler el libre albedrío tan fácilmente. Algunos dudan de los resultados e interpretaciones de los neurocientíficos, argumentando que los investigadores no han comprendido bien el concepto que dicen desacreditar. Muchos más ni siquiera dialogan con los científicos en absoluto. “Los neurocientíficos y los filósofos hablan distintos idiomas”, dice Walter Glannon, filósofo de la Universidad de Calgary, Canadá, interesado en neurociencia, ética y el libre albedrío.
Hay signos de que esto está empezando a cambiar. Este mes [agosto de 2011], un puñado de proyectos serán aprobados dentro del programa “Big Questions in Free Will” (Grandes preguntas sobre el libre albedrío), un programa de 4.4 millones de dolares y 4 años de duración financiado por la fundación John Templeton (West Conshohocken, Pensilvania) para apoyar investigaciones en la intersección entre teología, filosofía y ciencia natural. Algunos dicen que, con experimentos refinados, la neurociencia podría ayudar a identificar los procesos físicos que subyacen a la intención consciente y comprender mejor la actividad cerebral que la precede. Y si se demostrara que la actividad cerebral inconsciente predijera las decisiones perfectamente, la noción de libre albedrío repiquetearía. “Es posible que lo que hasta hoy son correlaciones lleguen a ser conexiones causales entre mecanismos cerebrales y conductas”, dice Glannon. “Si ese fuera el caso, cualquier definición de libre albedrío de cualquier filósofo se vería amenazada”.
El experimento de Haynes descrito antes no fue el primero en explorar la toma de decisiones inconsciente. En los años 80, Benjamin Libet, neuropsicólogo de la Universidad de California (San Francisco), estudió mediante electroencefalogramas los participantes de su estudio mientras miraban un reloj en el que había un punto que giraba alrededor de él. Cuando los participantes quisieran podrían mover un dedo, y se les pidió que apuntaran la posición del punto en ese momento. Libet registró la actividad cerebral varios milisegundos antes de que los sujetos expresaran conscientemente su intención de moverse.
El resultado despertó una gran controversia. Los críticos dijeron que el reloj distraía a los sujetos y que la expresión consciente de la decisión era demasiado subjetiva. Los experimentos en neurociencia normalmente presentan situaciones controlables -enseñar a alguien una fotografía en un instante preciso, y después monitorizar la respuesta en el cerebro. Cuando la situación a analizar es la intención consciente del participante de realizar un movimiento, sin embargo, los sujetos deciden subjetivamente cuando ocurre esta situación. Además, los críticos tampoco quedaron convencidos de que la actividad cerebral descrita por Libet antes de la decisión consciente fuera suficiente para causar la decisión -podría reflejar la puesta en marcha del cerebro para decidir y entonces mover.
El estudio posterior de Hayne en 2008 modernizó este experimento: mientras el encefalograma de Libet podía analizar sólo una región restringida del cerebro, la resonancia magnética funcional de Hayne analizaba todo el cerebro; y mientras los sujetos de Libet decidían cuándo moverse, Hayne los forzó a elegir entre dos alternativas. Pero los críticos todavía buscan defectos, apuntando que en su estudio Hayne podía predecir cuándo los sujetos decidían apretar el botón derecho o el izquierdo con sólo un 60% de certeza. “Aunque mejor que al azar, esto no es suficiente para anunciar que puedes ver el cerebro decidiendo antes de ser consciente”, argumenta Adina Roskies, neurocientífica y filósofa que estudia el libre albedrío en el Dartmouth College (Hanover, New Hampshire). Además, “todo lo que sugiere es que hay algunos factores físicos que influyen en la toma de decisión”, lo que no debería ser sorprendente. Los filósofos que saben de ciencia, añade, no creen que este tipo de estudio sea buena evidencia para la ausencia de libre albedrío, porque los experimentos son caricaturas de la toma de decisiones. Incluso la aparentemente simple decisión entre tomar té o café es más compleja que decidir entre apretar un botón con una mano o con la otra.
Haynes mantiene su interpretación y ha replicado y refinado sus resultados en dos estudios posteriores. En uno, ha utilizado técnicas de imagen cerebral más refinadas para confirmar el papel de regiones cerebrales implicadas en su trabajo previo. En el otro estudio, todavía no publicado, los sujetos tenían que sumar o restar dos números de una serie presentada en una pantalla. La decisión de sumar o restar refleja una intención más compleja que la de apretar un botón, y Haynes argumenta que es un modelo más realista de las decisiones que tomamos a diario. Aún cuando se trataba de una tarea más abstracta, los investigadores detectaron actividad cerebral hasta 4 segundos antes de que los sujetos fueran conscientes de decidir, dice Haynes.
Algunos investigadores han ido literalmente más profundo en el cerebro. Uno de ellos es Itzhak Fried, neurocientífico y cirujano de la Universidad de California (Los Angeles) y del Tel Aviv Medical Center en Israel. Fried estudió sujetos que habían sido implantados con electrodos en sus cerebros como parte de una cirugía para tratar su epilepsia. Sus experimentos mostraron actividad de neuronas individuales en áreas cerebrales concretas alrededor de un segundo y medio antes de que el sujeto tomara la decisión consciente de apretar un botón. Con unos 700 milisegundos de antelación, los investigadores pudieron predecir la cronología de la decisión con más de un 80% de certeza. “En algún punto, las cosas que se han predeterminado son admitidas en la consciencia”, dice Fried. La consciencia se añadirá a la decisión en una fase posterior, sugiere.
Ganancias materiales
Los filósofos cuestionan los supuestos que subyacen a tales interpretaciones. “Parte de lo que conduce hasta esas conclusiones es la creencia de que el libre albedrío tiene que ser espiritual o invocar al alma o algo así”, dice Al Mele, filósofo en la Universidad del estado de Florida en Tallahassee. Si los neurocientíficos encuentran actividad neural inconsciente que conduce a a la toma de decisión, el problemático concepto de mente separada del cuerpo desaparece, igual que el libre albedrío. Esta concepción “dualista” del libre albedrío es una diana fácil de derrumbar para los neurocientíficos, dice Glannon. “Dividir cuidadosamente la mente del cerebro facilita abrir una brecha entre ambos”, añade.
El problema es que la mayoría de filósofos actuales no piensan en el libre albedrío de esa manera, dice Mele. Muchos son materialistas -creen que todo tiene una base física, y que las decisiones y acciones provienen de la actividad del cerebro. Así que los científicos se acaloran en una noción que los filósofos consideran irrelevante.
Hoy en día, la mayoría de filósofos se sienten cómodos con la idea de que la gente toma decisiones racionales en un universo determinista -la teoría de que todo está predestinado, ya sea por destino o por leyes físicas – pero Roskies dice que los resultados de la neurociencia no pueden todavía asentar ese debate. Pueden hablar sobre la predictabilidad de las acciones, no sobre el asunto del determinismo.
Los neurocientíficos a veces tienen errores conceptuales sobre su propio campo, dice Michael Gazzaniga, neurocientífico de la Universidad de California. Los científicos tienden a ver la actividad cerebral preparatoria como sucediendo paso a paso hasta la decisión final. Gazzaniga sugiere que los investigadores deberían más bien pensar en procesos trabajando en paralelo, en una red compleja con interacciones ocurriendo contínuamente. El instante en que uno toma consciencia de una decisión puede por tanto no ser tan importante como algunos han considerado.
Batalla de intenciones
Existen los debates conceptuales – y existe la semántica. “Ayudaría que científicos y filósofos alcanzaran un acuerdo sobre qué significa libre albedrío”, dice Glannon. Incluso dentro de la filosofía, las definiciones de libre albedrío no siempre coinciden. Algunos filósofos lo definen como la habilidad de tomar decisiones racionales en ausencia de coacción. Otras definiciones se colocan en un contexto cósmico: en el momento de la decisión, dadas todas las cosas que han pasado antes, es posible llegar a otra decisión. Otros consideran que un ‘alma’ no física dirige las decisiones.
La neurociencia podría contribuir directamente a ordenar las definiciones, o añadirles una dimensión empírica. Esto podría llevar a una comprensión mejor y más profunda de lo que implica el libre albedrío, o al refinado de las visiones sobre lo que la intención consciente es, dice Roskies.
Mele dirige el proyecto de la Fundación Templeton que está comenzando a reunir filósofos y neurocientíficos. “Creo que si hacemos una nueva generación de estudios mejor diseñados, tendremos mejor evidencia de lo que ocurre en el cerebro cuando tomamos decisiones”, dice. Haggard recibe financiación de este proyecto para proporcionar una manera de determinar objetivamente la cronología de las decisiones conscientes, para evitar la dependencia de las manifestaciones subjetivas. Su equipo planea un diseño experimental en el que la gente participa en un juego competitivo contra un ordenador mientras su actividad cerebral es registrada. En otro proyecto, Christof Koch, bioingeniero en el Instituto de Tecnología de California, Pasadena, usará tecnicas similares a las de Fried para examinar respuestas en neuronas individuales cuando la gente usa la razón para decidir. Su equipo espera medir cuanto peso otorga la gente a distintas informaciones cuando deciden.
Los filósofos están dispuestos a admitir que la neurociencia pudiera algún día amenazar el concepto del libre albedrío. Imagine que se diera la situación de que los investigadores pudieran predecir siempre lo que alguien decide a partir de su actividad cerebral, antes de que el sujeto fuese consciente de su decisión. “Si eso ocurriera, sería efectivamente una amenaza al libre albedrío”, dice Mele. Aún así, seguramente los que quizá prematuramente han proclamado la muerte del libre albedrío acordarían que esos resultados tendrían que replicarse en los muchos niveles distintos que existen de toma de decisiones. Apretar un botón o jugar un juego está lejos de hacer una taza de té, presentarse a presidente o cometer un crimen.
Los efectos prácticos de demoler el libre albedrío son difíciles de predecir. El determinismo biológico no sostiene una defensa legal. Los estudiosos de las leyes no están preparados para abandonar el principio de responsabilidad personal. “La ley debe basarse en la idea de que la gente es responsable de sus actos, excepto en circunstancias excepcionales”, dice Nicholas Mackintosh, director de un proyecto sobre neurociencia y leyes llevado a cabo en la Royal Society de Londres.
Owen Jones, profesor de derecho en la Universidad Vanderbilt (Nashville, Tenessee) que dirige un proyecto similar sugiere que la investigación podría ayudar a identificar el nivel de responsabilidad individual. “Estamos interesados en cómo la neurociencia puede darnos una visión más granulada sobre cómo la gente varía en su habilidad para controlar su comportamiento”, dice Jones. Eso podría afectar la severidad de una condena, por ejemplo.
Todavía más, las respuestas a estas cuestiones podrían influir en la conducta de la gente. En 2008, Kathleen Vohs, psicólogo social en la Universidad de Minnesota (Minneapolis) y Jonathan Schooler, psicólogo ahora en la Universidad de California (Santa Barbara) describieron cómo la gente se comporta cuando se les hace pensar que el determinismo es cierto. Pidieron a sus sujetos que leyeran uno de entre dos textos: uno sugería que la conducta se reduce a factores genéticos y ambientales que no están bajo control personal; el otro era neutral sobre lo que influye en la conducta. Los sujetos entonces hicieron unos cuantos problemas en un ordenador. Pero justo antes del test, se les informó que debido a una avería el ordenador a veces mostraba el resultado por accidente y se les pidió que, si esto ocurría, no miraran la respuesta y continuaran con el ejercicio. Aquellos que habían leído el mensaje determinista mostraron mayor tendencia a engañar en el test. “Quizás, negar el libre albedrío proporciona la excusa última para comportarse como a uno le gustaría”, sugirieron los autores del estudio.
La investigación de Hayne y sus posibles implicaciones ha tenido ciertamente un efecto en su modo de pensar. Se recuerda en una ocasión viajando en avión camino a una conferencia teniendo una epifanía. “De repente, tuve esta gran visión sobre el universo determinista al completo, yo mismo, mi lugar en él y todos esos distintos puntos donde creemos que tomamos decisiones reflejando algún fluir causal”. Pero no pudo mantener esa visión del mundo sin libre albedrío por mucho tiempo. “Tan pronto como empiezas a interpretar el comportamiento de la gente en tu vida diaria, es virtualmente imposible mantenerlo”, dice.
Tampoco Fried encuentra posible mantener el determinismo sobre su mente. “No pienso sobre ello todos los días. Ciertamente no lo pienso cuando opero un cerebro humano”.
Mele espera que otros filósofos se enteren de qué es la ciencia de la intención consciente. Y hasta donde la filosofía concierne, dice, los científicos deberían relajar su postura. “No es que la tarea de los neurocientíficos que estudian el libre albedrío deba consistir en mostrar que no hay”.
Referencia:
Este post es una traducción adaptada del artículo “Taking Aim at Free Will”, Kerri Smith, Nature 477, 23-25 (2011)
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