La difusa frontera entre lo vivo y lo inanimado

jovios 12 diciembre, 2013 7
La difusa frontera entre lo vivo y lo inanimado

Necesitamos definir para comunicar ideas, pero ¿puede la vida ceñirse a la rigidez de una definición?

Siempre me han fascinado las cosas vivas. Pasé mucho tiempo de mi infancia en el Norte de California jugando en el campo entre plantas y bichos. Mis amigos y yo capturábamos abejas cuando polinizaban flores, y las metíamos en bolsas de Ziploc para poder ver de cerca sus ojos de obsidiana y pelos dorados, antes de devolverlas a su rutina diaria. De los arbustos de mi patio, fabricaba rudimentarios arcos y flechas usando corteza pelada para la cuerda y hojas para las remeras. En las excursiones familiares a la playa, aprendí rápidamente a desenterrar crustáceos y artrópodos de sus escondites mirando las burbujas que aparecían en la arena cuando las olas se retiraban. Y recuerdo vívidamente una excursión con el colegio a un bosque de eucaliptos en Santa Cruz donde miles de mariposas Monarca habían parado a descansar. Se aferraban a las ramas formando grandes melazas marrones que parecían hojas muertas hasta que una de ellas se agitaba y revelaba el naranja chillón del interior de sus alas.

Momentos como aquéllos – y un número de documentales de David Attenborough- intensificaron mi fascinación por las criaturas del planeta. Mientras que mi hermano pequeño se obsesionaba con su set K’Nex -construyendo meticulosamente elaboradas montañas rusas – yo quería comprender como nuestro gato funcionaba por dentro. ¿Cómo veía él el mundo? ¿De que estaban hechos sus bigotes y uñas? Una navidad pedí una enciclopedia de animales. Tras quitar el papel envolvente de un libro gigante que probablemente pesaba la mitad que yo, me senté cerca de un árbol a leer durante horas. No sorprendería demasiado, pues, que acabara pasando una vida entera escribiendo sobre naturaleza y ciencia.

He tenido, sin embargo, una reciente epifanía que me ha forzado a repensar mi amor por las cosas vivas  y a reexaminar que es la vida en realidad. Desde siempre, la gente que ha estudiado la vida se ha calentado la cabeza por definirla. Ni incluso hoy los científicos tienen una definición satisfactoria o universalmente aceptada. Mientras planteo el problema, me acuerdo de la devoción de mi hermano por las montañas rusas K’Nex y mi curiosidad por el gato de la familia. ¿Por qué pensamos que el segundo está vivo y el primero no? Al final, ¿no son máquinas los dos? Con certeza, un gato es una maquina increíblemente compleja capaz de exhibir conductas sorprendentes que un juego K’Nex difícilmente puede imitar. Pero en el nivel más fundamental, ¿cuál es la diferencia entre una máquina inanimada y una máquina viva? ¿Pertenecen la gente, los gatos, las plantas y otras criaturas a una categoría de cosas y los K’Nex, los ordenadores, las estrellas y las piedras a otra? Mi conclusión es que no. De hecho, he decidido, la vida no existe en realidad.

A ver si me explico.

Los primeros intentos para definir formalmente la vida se remontaron a los filósofos de la antigua Grecia. Aristóteles pensaba que las cosas vivas, al contrario que las inanimadas, poseían uno de los tres tipos de esencias -vegetal, animal y racional-, la última de las cuales pertenecían exclusivamente a los humanos. El anatomista griego Galeno propuso un sistema similar basado en los espíritus vitales de los pulmones, la sangre y el sistema nervioso. Ya en el siglo 17, el químico alemán George Erns Stahl y otros investigadores comenzaron a describir una doctrina que después se denominaría vitalismo. Estos mantenían que los “organismos vivos eran fundamentalmente distintos de las entidades no vivas porque contenían ciertos elementos no físicos o porque eran gobernados por principios diferentes”, y que la materia orgánica (las moléculas que contienen carbono e hidrógeno y que son producidas por las cosas vivas) no podría nunca originarse a partir de materia inorgánica (las moléculas que no tienen carbono y que resultan primariamente de procesos geológicos). Experimentos posteriores revelaron que el vitalismo era completamente incorrecto – lo inorgánico podía ser convertido en orgánico tanto dentro como fuera de un laboratorio.

En lugar de imbuir a los organismos con algún “elemento no físico”, otros científicos intentaron identificar algún conjunto de propiedades físicas que diferenciaran lo vivo de lo inerte. Hoy en día, la vida es sucintamente definida en muchos libros de texto de biología mediante una lista inflada de características distintivas; por ejemplo, el orden (el hecho de que muchos organismos están hechos de única célula con diversos compartimentos y organelos, o bien un grupo muy estructurado de células); crecimiento y desarrollo (el cambio de tamaño y forma de manera predecible); homeostasis (el mantenimiento de un entorno interno que difiere del externo, como el pH o la concentración de sales); metabolismo (el gasto de energía para crecer y retardar la decadencia); reactividad a estímulos (el cambio del comportamiento en respuesta a la luz, temperatura, compuestos químicos u otros aspectos del entorno); reproducción (la clonación o apareamiento para producir nuevos organismos y transferir la información genética de generación en generación); y evolución (el cambio en el tiempo de la constitución genética de una población).

Es casi demasiado fácil desmenuzar la lógica de estas listas. Nadie ha conseguido todavía reunir un conjunto de propiedades físicas que unifique todas las cosas vivas y excluya todo lo que consideramos inerte. Siempre hay excepciones. La mayoría de gente no considera vivos los cristales, por ejemplo, aunque estén muy organizados y crezcan. El fuego también consume energía y se hace grande. Por otro lado, las bacterias, los tardígrados y algunos crustáceos pueden entrar en largos periodos de letargo en los que no crecen ni tienen metabolismo, aunque no estén técnicamente muertos. ¿Cómo clasificamos una hoja que ha caído de un árbol? La mayoría de gente acordaría que si está pegada al árbol entonces está viva: sus miles de células trabajan sin descanso para convertir la luz del sol, el dióxido de carbono y el agua en comida, entre otras labores. Cuando la hoja se despega del árbol, sus células no cesan su actividad inmediatamente. ¿Muere entonces la hoja en el trayecto hasta el suelo, cuando toca el suelo, o cuando todas sus células expiran? ¿Si arrancas una hoja de la planta y mantienes sus células nutridas y felices en un laboratorio, esta entonces viva?

Tales dilemas acribillan casi cualquier característica de la vida. Responder al entorno no es un talento exclusivo de los organismos vivos -hemos diseñado infinidad de máquinas que hacen exactamente eso. Ni siquiera la reproducción define la vida. Muchos animales individualmente son incapaces de reproducirse por sí mismos de forma aislada. Es decir, si dos gatos están vivos porque pueden crear gatos juntos, ¿entonces un gato sólo no lo está porque no puede propagar sus genes por sí mismo? ¿Y que pasa entonces con el excepcional caso de Turritopsis nutricula, la medusa inmortal que puede alternar indefinidamente entre la forma adulta y el estadio juvenil? Una medusa que vacile en este proceso no produce descendencia no se clona a si misma ni tampoco envejece de la forma convencional -y con todo la mayoría de la gente concedería que está viva.

¿Y que hay de la evolución? La capacidad de almacenar información en moléculas de ADN o ARN y transmitirla de generación en generación para adaptarse al entorno cambiante mediante la modificación en la información genética – ciertamente estas capacidades son únicas en las cosas vivas. Muchos biólogos se han centrado en la evolución como la característica distintiva clave. En los primeros años de la década de los 90, Gerard Joyce del Instituto Scripps era miembro del comité consejero del programa de exobiología de la NASA. En las discusiones que mantenían sobre cómo encontrar vida en otros planetas, Joyce y sus colegas del panel llegaron a una definición operativa de vida ampliamente aceptada en la actualidad: un sistema auto-sostenido capaz de evolución Darwiniana. Es lucida, concisa e intuitiva. Pero ¿funciona?

Veamos como considera esta definición a los virus, que han complicado enormemente la cruzada de la definición de la vida. Esencialmente, los virus son cadenas de ADN o ARN empaquetados dentro de una carcasa de proteínas. No tienen células ni metabolismo, pero si genes y también evolucionan. Joyce explica, sin embargo, que para ser un sistema auto-sostenido un organismo debe contener toda la información para reproducirse y experimentar evolución Darwiniana. Debido a esta restricción, él argumenta que los virus no satisfacen la definición operativa. Después de todo, un virus debe invadir y secuestrar una célula para hacer copias de sí misma. “El genoma viral evoluciona solo en el contexto de la célula huésped”, dijo Joyce en una reciente entrevista.

Cuando realmente piensas sobre ello, la definición operativa de la vida que sostiene la NASA no puede dar cuenta de la ambigüedad que representan los virus mejor que cualquier otra definición propuesta. Un gusano parásito que vive en los intestinos de una persona -un bicho que generalmente es considerado tan detestable como realmente vivo – tiene toda la información genética necesaria para reproducirse, pero nunca sería capaz de hacerlo sin las células y moléculas del intestino humano del que roba la energía para sobrevivir. Del mismo modo un virus tiene toda la información genética necesaria para replicarse, pero no posee toda la maquinaria celular requerida. Afirmar que la situación del gusano es categóricamente diferente a la del virus es un argumento débil. Los dos se reproducen y evolucionan solo en el contexto de sus huéspedes. De hecho, el virus es un reproductor mucho más eficaz que el gusano. El virus tan solo utiliza unas pocas proteínas dentro del núcleo celular para iniciar su replicación a una escala masiva, mientras que la reproducción del gusano parásito requiere un órgano entero en otro animal y tendrá éxito solo si el gusano sobrevive el tiempo suficiente para alimentarse, crecer y poner huevos. Por tanto si descartamos los virus del reino vivo atendiendo a la definición de la NASA, deberíamos también excluir toda forma de parásitos mayores como los gusanos, los hongos y algunas plantas.

Definir la vida como un sistema auto-sostenido capaz de evolución Darwiniana también nos fuerza a admitir que algunos programas informáticos están vivos. Los algoritmos genéticos, por ejemplo, imitan la selección natural para encontrar la solución óptima al problema: son matrices de bits que codifican rasgos, evolucionan, compiten entre sí para reproducirse e incluso intercambian información. De forma similar, plataformas de software como Avida crean “organismos digitales” constituidos de “bits digitales que pueden mutar tanto como el ADN”. En otras palabras, también evolucionan. “Avida no es una simulación de la evolución, sino un forma de ella”, le dijo Robert Pennock de la Universidad del Estado de Michigan a Carl Zimmer en Discover. “Todos los componentes esenciales de un proceso Darwiniano están ahí. Estas cosas se replican, mutan, compiten entre ellos. El proceso de selección natural ocurre ahí. Si eso es central en la definición de la vida, entonces estas cosas lo son”.

Diría que el propio laboratorio de Joyce dio otro golpe devastador a la definición de vida de la NASA. Él y otros muchos científicos apoyan que el origen de la vida se basa en la hipótesis del mundo del ARN. Toda forma de vida en nuestro planeta depende del ADN y el ARN. En los organismos modernos, el ADN almacena la información necesaria para construir las proteínas y las máquinas moleculares que juntas constituyen una célula animada. Al principio, los científicos pensaban que sólo unas proteínas llamadas enzimas podían catalizar las reacciones químicas necesarias para construir esta maquinaria celular. En la década de los 80, sin embargo, Thomas Cech y Sidney Altman descubrieron que, colaborando con diversas enzimas proteicas, muchos tipos de enzimas de ARN -o ribozimas– leen la información codificada en el ADN y construyen las distintas partes de una célula parte por parte. La hipótesis del mundo del ARN plantea que los primeros organismos en el planeta dependían solamente del ARN para llevar a cabo todas estas tareas -almacenar y usar la información genética- sin la ayuda del ADN o un séquito de proteínas enzimáticas.

Así es como podría haber sucedido: hace cerca de cuatro mil millones de años, en la sopa primitiva de la Tierra, libre de nucleótidos flotantes -los constituyentes esenciales del ARN y el ADN- unidos en largas cadenas, producían normalmente ribozimas suficientemente grandes y complejas para fabricar copias nuevas de sí mismas y así tuvieron mayores probabilidades de sobrevivir que el ARN que no podía reproducirse. Membranas auto-ensambladas simples rodearon estas primeras ribozimas, formando las primeras células. Además de fabricar más ARN, los ribozimas pudieron haber unido nucleótidos en cadenas de ADN; los nucleótidos podían haber formado ADN espontáneamente, también. En cualquier caso, el ADN acabaría reemplazando al ARN como la principal molécula de almacenamiento de información porque era más estable. Y las proteínas adquirirían muchas funciones catalíticas porque eran muy versátiles y diversas. Es interesante que las células de los organismos modernos todavía contengan lo que probablemente son remanentes del mundo del ARN. El ribosoma, por ejemplo -un ramo de ARN y proteínas que construye las proteínas aminoácido a aminoácido – es un ribozima. También existe un grupo de virus que usan el ARN como su material genético principal.

Con el fin de examinar la hipótesis del mundo del ARN, Joyce y otros investigadores intentaron recrear los ribozimas auto-replicantes que pudieron un día existir en la sopa primordial del planeta. Alrededor del año 2005, Joyce y Tracey Lincoln construyeron en el laboratorio trillones de secuencias aleatorias de ARN, parecidas a aquellas primeras que compitieron entre si miles de millones de años atrás, para después aislar aquellas secuencias que por azar eran capaces de unir dos piezas de ARN entre sí. Enfrentadas entre sí, el par de secuencias producían dos ribozimas que podían replicarse mutuamente infinitas veces mientras dispusieran nucleótidos. Pero no sólo podían estas moléculas de ARN reproducirse, también podían mutar y evolucionar. Las ribozimas alteraban  pequeños trozos de su código genético para adaptarse a condiciones fluctuantes del entorno, por ejemplo.

“Se ajustan a la definición de vida” -dijo Joyce. Pero duda en decir que los ribozimas están realmente vivos. Antes de autoproclamarse el Dr. Frankestein, quiere ver en su creación la innovación de un comportamiento completamente nuevo, no simplemente cambiar algo que ya de por si hacen. “Creo que lo que les falta es ser inventivos, inventar soluciones nuevas”, dice.

Yo, personalmente, no creo que Joyce este reconociendo en los ribozimas todo su valor. La evolución es cambio de genes en el tiempo;  no necesitamos contemplar cerdos con alas o ARNs ensamblando las letras del alfabeto para ver la evolución en funcionamiento. La aparición de los ojos azules alrededor de 6000 o 10000 años atrás -otra variación en los pigmentos del iris, simplemente- es un ejemplo de evolución tan legítimo como los primeros dinosaurios con plumas. Si definimos vida como sistema auto-sostenido capaz de evolución Darwiniana, no veo razón alguna para negar los ribozimas o los virus el calificativo de vivo. Lo que si veo es una razón para desbancar esta definición operativa así como cualquier otra definición de vida.

¿Por qué es tan frustrante definir la vida? ¿Por qué han fallado científicos y filósofos durante siglos en encontrar las propiedades que separan indiscutiblemente lo vivo de lo inerte? Porque esas propiedades no existen. La vida es un concepto que hemos inventado. Fundamentalmente la materia se organiza en átomos y partículas a lo largo de un rango inmenso de complejidad, desde un átomo de hidrógeno a un cerebro. En el intento de definir la vida, hemos dibujado una línea en un nivel arbitrario de complejidad y declarado vivo todo lo que está por encima e inerte lo demás. En realidad, esta división no existe fuera de la mente. No hay ningún umbral en el que una colección de átomos se vuelva viva de repente, no hay ninguna distinción categórica entre lo vivo y lo inanimado, ninguna chispa de Frankestein. Hemos fracasado en definir la vida porque no ha habido nunca nada que definir.

El problema de definir la vida

El problema de definir la vida

Trate de explicar estas ideas a Joyce a través del teléfono, nervioso, anticipando que se reiría y diría que son absurdas. Al fin y al cabo, es alguien que ayudó a la NASA a definir la vida. Pero Joyce dijo simplemente que el argumento de que la vida es un concepto es “perfecto”. Esta de acuerdo en que la misión de definirla es, en algunos sentidos, fútil. “La definición operativa fue simplemente una conveniencia lingüística. Intentábamos ayudar  a la NASA a encontrar vida extraterrestre, no podríamos usar la palabra ‘vida’ en cada párrafo sin definirla antes”, dijo.

Carol Cleland, una filósofa en la Universidad de Colorado que ha dedicado años a investigar los intentos de delinear la vida, también cree que la intuición de definir la vida de forma precisa está descarriada -aunque tampoco está preparada para negar la realidad física de la vida. “Es tan prematuro definirla como descartar una naturaleza intrínseca en la vida”, dijo. “En mi opinión, la mejor actitud es tratar los criterios usados normalmente para definir la vida como tentativos”.

Lo que realmente necesitamos, afirmó Cleland, es una “teoría de la vida adecuadamente general y bien confirmada”. Ella dibuja una analogía con los químicos del siglo dieciséis. Antes de que entendieran que el aire, impurezas, ácidos y todas las sustancias químicas estaban hechas de moléculas, los científicos bregaron lo suyo para definir el agua. Podían enumerar sus propiedades -era húmeda, transparente, insípida, congelable y podía disolver muchas sustancias -pero no pudieron caracterizarla con precisión hasta que descubrieron que consistía en dos átomos de hidrógeno unidos a uno de oxígeno. Ya sea salada, turbia, coloreada, líquida o congelada, el agua siempre es H2O; puede mezclarse con otros elementos, pero las moléculas tripartitas que forman lo que llamamos agua están siempre ahí intactas. El ácido nítrico puede parecerse al agua, pero no lo es porque las dos sustancias tienen una estructura molecular diferente. Establecer el equivalente a una teoría molecular de la vida, según Cleland, requerirá un tamaño muestral mayor. Hasta ahora, argumenta, somos el único ejemplo que conocemos de vida -la vida basada en ADN y ARN del planeta Tierra. “Imagínate como sería establecer una teoría de los mamíferos observando cebras solamente. Esa es la situación en la que nos encontramos cuando intentamos identificar qué es la vida”, concluye Cleland.

Yo no estoy de acuerdo. Si encontráramos ejemplos de vida alienígena se expandiría sin duda nuestra comprensión sobre el funcionamiento  de las cosas que llamamos vivas y sobre cómo se originaron inicialmente, pero tales descubrimientos no nos ayudarían probablemente a formular una nueva y revolucionaria teoría de la vida. Los químicos del siglo dieciséis no pudieron vislumbrar lo que distinguía el agua de otras sustancias porque no entendían su naturaleza fundamental: no sabían que toda sustancia está hecha de un entramado específico de moléculas. Sin embargo, los científicos modernos saben exactamente de qué están hechas las criaturas modernas -células, proteínas, ADN y ARN. Lo que diferencia a las moléculas del agua, piedras, plata y gatos, gente y otros seres vivientes, no es la “vida” sino su complejidad. Los científicos ya tienen suficiente conocimiento para explicar por qué lo que hemos apodado organismos hacen cosas que no pueden lo que llamamos inanimado -como las bacterias hacen nuevas copias de sí mismas y se adaptan rápidamente al entorno, y por qué las rocas no lo hacen – sin necesidad de proclamar que lo vivo es esto y lo inerte es aquello y que nunca ambos coinciden.

Reconocer que la vida es un concepto de ninguna forma le roba su esplendor. No es que no haya diferencias materiales entre ambos; sino que nunca encontraremos una línea divisoria clara entre ellos porque la noción de vivo e inerte como categorías distintas es simplemente eso -una noción, no una realidad. Todo lo que sobre las criaturas vivas me ha fascinado desde niño sigue pareciéndome igualmente asombroso hoy. Para mí, [pullquote position=”right”]lo que unifica realmente todas las cosas que decimos estar vivas no es ninguna propiedad intrínseca a esas cosas, sino nuestra percepción de ellas, nuestro amor por ellas y -francamente- nuestra arrogancia y narcisismo.[/pullquote]

Primero, anunciamos que todo sobre la Tierra puede separarse en dos grupos -lo vivo y lo inerte – y no es ningún secreto cuál de los dos creemos superior. Luego, no sólo nos colocamos a nosotros en el primer grupo, sino que insistimos en medir y comparar con nosotros todas las otras formas de vida en el planeta. Cuanto más se parecen a nosotros -más se mueven o parecen hablar, sentir y pensar- más vivos nos parecen, aun cuando el conjunto concreto de atributos que nos hace humanos no es evidentemente la única forma (o en términos evolutivos, siquiera la más exitosa) de obtener el calificativo de “cosa viva”.

Verdaderamente, la vida es imposible e inseparable de lo inerte. Si pudiéramos de algún modo ver la realidad subyacente en nuestro planeta -comprender su estructura en cada escala simultáneamente, desde lo microscópico a lo macroscópico – veríamos el mundo como innumerables granos de arena o como una gigante esfera de átomos trémulos. Del mismo modo que uno puede moldear miles de granos de arena de la playa que son prácticamente idénticos para levantar castillos, sirenas o cualquier cosa imaginable, los innumerables átomos que lo conforman todo en el planeta se congregan y desensamblan constantemente, creando un caleidoscopio de materia que cambia incesantemente. Algunos de esos grumos de partículas serían lo que llamamos montañas, océanos o nubes; otros serian árboles, peces y aves. Algunos serian relativamente inertes; otros cambiarían a una velocidad inconcebible y en formas desconcertantemente complejas. Algunos serian montañas rusas y otros, gatos.

Fuente: Why life does not really exist? Brainwaves, 2 diciembre 2013.

vida, dios y ciencia

  • Yo creo que la vida es un fenómeno emergente, vemos el modelo macro pero nos cuesta ver el modelo micro y las interacciones que an origen a ella

  • Cierto Pablo, ¿y qué me dices de los algoritmos genéticos? Evolucionan como los seres vivos, ¿exhiben entonces la emergencia de la vida? ¿Están vivos?

  • Pingback: Neurociencia y Sociedad – “Lo que realmente unifica todas las cosas que decimos estar vivas no es ninguna propiedad intrínseca a ellas, sino nuestra percepción de ellas, nuestro amor por ellas y también, nuestra arrogancia y narcisismo()

  • Pamela

    Hola, estoy de acuerdo en que no encuentro lo que realmente divida lo vivo de lo inerte, teniendo en cuenta que si agarras una pared con ciertos instrumentos podrias observar el entramado de moleculas que la conforman, y cada una de ellas esta viva, al igual que las que se encuentran en el cuerpo humano. Por otra parte el cuerpo humano es un sistema de muchas cosas vivas, que a su vez se comportan individualmente, y podrian hasta prescindir de ese cuerpo para vivir (ejemplo: transplante de corazon). Entonces los organos (entre otras cosas) tienen vida propia? son diferentes a nosotros (sistema humano)? que somos nosotros?. A su vez contemplo el hecho de que el planeta que habitamos esta vivo, por ende todo lo que habita en el debe estarlo, y nosotros seriamos para el planeta lo que las celulas son en nuestro cuerpo. Pero consideramos que tenemos vida propia (la tenemos?), diferente a la del planeta, entonces nuestros organos y celulas tendrian el mismo vinculo para con nosotros?. Y de aca nace el conflicto con la moralidad. Verlo de esta forma realmente genera mucho conflicto en la forma de ver la vida. Porque, somos algo mas que un mero conjunto de moleculas entrelazadas entre si? o somos igual que todo lo demas? es nuestra razon solo una respuesta a nuestro sistema humano? o existe algo que haga que “seamos algo”?. Desde un punto de vista espiritual tambien genera grandes conflictos, si el ser humano tiene un alma, entonces todo lo vivo lo tiene?, por ende nuestros organos tendrian almas diferentes, nuestras celulas? habria almas adentro de almas? las paredes tendrian almas? es el alma algo colectivo?, Esto es algo terrible para la moralidad, para lo que esta “bien” y lo que esta “mal”, podria ser el mundo un caos sin ella? en que nos basaríamos para elegir que decisión tomar si consideramos que todo estuviese vivo, tendrian “sentimientos” los objetos? como nos relacionariamos con ellos? Puede el ser humano vivir sabiendo que no es algo en concreto como tal? Puede la mente aceptar eso? que rumbo o sentido se le daria a la vida?
    Y asi se podria continuar con muchos otros interrogantes que nacen con este simple planteo, que basandonos en la incertidumbre del proceso de la vida podria ser cualquier opcion.
    A mi personalmente es algo que me moviliza, que analizo pero nunca llego a una conclusión. Espero no haber sido muy extensa, me interesa debatirlo.
    Saludos!

    • NEUROenREDos

      Hola Pamela, intento comentar algunas de tus respuestas (son muchas, disculpa si se me escapa alguna). No está tan claro que las moléculas estén vivas. Las células seguro, pero las moléculas no tanto. Los órganos forman parte de un organismo. Nosotros somos ese organismo. Los organismos hacen unas funciones (interrelación con el entorno: comportarse, sobrevivir, reproducirse) y los órganos otras (la maquinaria interna: bombear sangre, digerir comida, etc). La clave aquí es la emergencia de propiedades: la vida, la mente, son propiedades del conjunto que dependen causalmente de las partes pero que no se encuentra en ninguna de ellas. Todavía existe cierto debate sobre si esta emergencia es o no algo conceptualmente diferente del dualismo cartesiano. Sobre las consideraciones morales, no es conveniente confundir la reflexión moral con la lógica de supervivencia de la evolución biológica. La moral, como otros procesos que han surgido en la evolución, también tiene su lógica propia. Saludos

      • Pamela

        Hola, gracias por responder!
        Quizas no me explique bien, me parece que la moralidad de basa en las creencias, en este campo entran entre tantas otras, las religiosas y cientificas las sociedades las aceptan y consideren esto como lo “normal” o lo que corresponde, por otro lado estas creencias resultan ser falsas con el tiempo , si se considerara que los objetos estan igual de vivos que nosotros (salvo por niveles de complejidad, puede que este confundiendo esto no soy cientifica) esto cambiaria los dicursos religiosos y de algunos espirituales quienes hablan de un alma por ejemplo, muchas cosas de las que se consideran bien o mal dejarian de tener sentido, asi como la existencia misma, al no ser “mas especiales”.
        Disculpa si lleve el debate para otro lado, pero me dio para filosofar sobre el tema.
        Saludos.

        • NEUROenREDos

          Bueno, yo tampoco soy filósofo, simplemente me gusta mucho y la leo como aficionado, y entiendo que filosofía y ciencia tienen mucho que ofrecer una a la otra. En la universidad fui un semestre a la facultad de filosofía a un curso, recuerdo que los profesores nos ilustraron un ejemplo que venía a decir que las propiedades morales no son aplicables a cualquier cosa. Solo surgen en relación a la valoración que hacemos de conductas humanas sobre objetos-elementos-personas que son sensibles. Por ejemplo, si alguien rompe un brazo a alguien, nos parece inmediatamente moralmente reprobable. Pero si alguien rompe un tenedor, no nos parece reprobable per se. Solo si somos conocedores de que ese tenedor tenía valor sentimental o de otro tipo para alguien, empieza entonces a parecernos moralmente reprobable.