Cuando aprendemos algo, un circuito de neuronas determinado se activa en el cerebro y almacena la información. Esta es la hipótesis del Engrama, que a pesar de haber sido propuesta hace décadas sólo muy recientemente ha recibido evidencia experimental. Identificar las neuronas exactas que sustentan un recuerdo puede permitir acceder y manipular memorias aisladas con fines terapéuticos, algo que ya se ha conseguido en ratones.
La ciencia y el cine llevan años soñando con manipular los recuerdos con fines terapéuticos. Men in Black (Barry Sonnenfeld, 1997) u Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004) llevaron a la gran pantalla la idea de borrar recuerdos dolorosos (como la memoria de un fracaso amoroso), utilizando tratamientos supuestamente científicos. Es cierto que varias investigaciones en años recientes han logrado repetidamente borrar recuerdos en animales, estrechando aparentemente el cerco existente entre ficción y realidad, gracias en parte a un análisis cada vez más preciso de los sustratos neurobiológicos que sustentan los recuerdos en el cerebro. Aunque todavía un área temprana (y su aplicación en humanos todavía lejana), estos hallazgos podrían ayudar en un futuro a aliviar algunas condiciones como el trastorno de estrés post-traumático que padecen algunas personas que han sufrido experiencias traumáticas (guerras, accidentes, etc) cuyos recuerdos atenazan su bienestar emocional.
Averiguar cómo el cerebro almacena los recuerdos a escala celular es un área activa de investigación. El desarrollo de técnicas experimentales que permiten visualizar y controlar la actividad de neuronas que se activan durante el aprendizaje está facilitando enormemente esta tarea. De momento, sabemos que un conjunto concreto de neuronas, el engrama, sustentan recuerdos individuales (una hipótesis muy vieja que sólo ha podido evaluarse hace muy poco). ¿Cómo lo sabemos? La respuesta en esta entrada: “Falsas memorias, recuerdos sintéticos, y la Naranja mecánica” (SciLogs).