El miedo no es solo una emoción poderosamente perturbadora. Es, además, un engranaje fundamental de nuestro mecanismo de supervivencia que nos mantiene vivos. Vivos. Caracoles, moscas, ratones y seres humanos, todos tenemos la capacidad de tener miedo. Y eso indica algo importante: es una forma eficaz de ahuyentar los peligros. Lo sabemos porque en la investigación del miedo y sus bases cerebrales, hemos descubierto personas en las que esta emoción está completamente ausente – algo que, aunque suene extraño, no tiene nada de ventajoso. Si no que se lo digan a un paciente llamado SM. Tuvo una extraña enfermedad que le causaba la degeneración de una parte del cerebro, la Amígdala – el llamado centro de las emociones- y pasó varias décadas de su vida sin tener una gota de miedo. Para esta persona las situaciones peligrosas no eran aterradoras sino excitantes, y en consecuencia, su vida fue un cúmulo de atracos y situaciones violentas que no supo evitar a tiempo. Para eso sirve el miedo. Su caso no es solo una peculiaridad o una anécdota; precisamente gracias a estas personas hemos descubierto neuronas en lugares remotos del cerebro – más allá de la Amigdala- que son necesarias y suficientes para que esta emoción tenga lugar.